Cuando era pequeño, como muchos otros niños, me emocionaba con el olor de la flor, el tacto de la lluvia, el canto del pájaro… y me entristecía al ver la flor rota, el pájaro herido y la persona enferma. Soñaba un mundo de felicidad y de harmonía, mientras me inquietaba la desazón y el sufrimiento de los mayores.
Impulsado por mi sueño observaba, escuchaba, preguntaba, leía y exploraba. Durante años recorrí y descarté todos los caminos que estuvieron a mi alcance buscando la respuesta, hasta que entendí que todos los buenos caminos me llevaban a mi interior.
Así entendí que mi único anhelo era retornar a la inocencia y a la harmonía, que era posible hacerlo, que el único camino para llegar a ellas era yo mismo, y que nadie podía hacerlo por mí.
Y este profundo deseo de paz me llevó a pararme, a transformarme y a la celebración. Y esto es lo que comparto en esta web.